De la mano voy caminando por las calles, luminoso el rostro con la entrada magistral, autos, micros, y puras piernas que se mueven de un lado a otro, y el calor que invade el ojo curioso que recorre la aurora de los gestos y las palabras, recogiendo la vivencia callejera de camino a la fantasía.
Boleterías mágicas que depositan los sueños de niñez, teatros acomodados en el centro de la ciudad, grandes butacas y un pantallazo de luz que hace nata de los sentidos visuales que se revuelcan con cada aparición animada.
Oscuro abismo que conduce al paraíso de los sueños, risas al por mayor y disfrute de los padres mientras se condicen los momentos de inspiración.
Suspenso, emoción y lágrimas, se perpetúa el imaginario de mis lánguidas tardes dando vida a muñecos y juguetes.
Recorrido que no baja sus revoluciones, ferrocarril de la nostalgia y vuelo en caída libre que transporta de vuelta a la inocencia de un sentimiento.
Luz, cámara, acción, y comienza la aventura asombrosa de elevarse sobre lo cotidiano, de desprenderse de la realidad por un instante, parpadeo de extrema locura que traslada a mundos oníricos.
El último aplauso, la última risa y aquella esquiva gota de tristeza que brota de los ojos avergonzados de llorar en la sala.
Créditos finales y de vuelta al jardín interior, donde la fantasía de lo visto, florece en extractos mayúsculos en el inconsciente del día a día.