La profunda tela negra se proyecta hacia lo lejos, en el fondo del vacío, donde yace lo muerto se vislumbra una luz, por ahí pasan imágenes que siento haber vivido y recuerdo rostros que parecen perpetuarse en las tinieblas de la memoria. Son ojos y gestos que desatan emociones, pensamientos vagos que se entrelazan en una nube, y cuando la lluvia cae, moja y empapa al desprevenido corazón solitario.
La vida crece en el despoblado, donde antes era desierto, hoy nacen nuevas esperanzas. Seres del mañana que llegarán para volverse polvo y acompañar la mortaja de cadáveres que como una esfera hacen del planeta un gran cementerio.
Arriba, la salvación se confunde con la primera palabra que sale de la boca y mientras se desvanece el instante, el cielo se abre y bota a quienes no creyeron.
Solemne ceremonia que recrea el recorrido, y que resuelve el misterio de la huella en el camino.
Adiós a los pantanos y al triste buen amigo, en una mano el sombrero y en la otra el vaso de vino, borrachera celestial hasta donde me has traído, a las celdas prisioneras de las palabras sin sentido…