martes, marzo 04, 2008

El último verano de Gabriel y Gato

Nota publicada en el mes de febrero en el portal de música www.suena.cl

Por: Diego Bastarrica de la Fuente
El agobiante calor se esfumaba con la brisa del mar. Ahí las cabelleras podían encontrar esa paz adolescente, mientras el ojo buscaba el punto infinito en la última línea horizontal de la tierra. Las partituras musicales sonaban con fuerza al interior de los jardines humanos y, aunque adormecidas, salían a recorrer la memoria y entregaban nuevos conceptos para seguir acrecentando aquel legado histórico.

Ese verano de 1988, Gabriel Parra planificaba una nueva gira con Los Jaivas, quizás en la quebrá del ají, quizás en Aconcagua, posiblemente con su cabeza aún en Inglaterra, cuando la revista Music Week lo eligió en 1979 como uno de los más eximios percusionistas que habían pisado la isla. Con Juanita en los brazos y corriendo en la frescura antigua de los valles sagrados, el inquieto fundador de los High- Bass, pensaba probablemente en aquellas nuevas melodías que el futuro le regalaría para seguir bailando una diablada eterna bajo la sombra de Machu Pichu.

En enero de 2003, Eduardo “Gato” Alquinta disfrutaba con su familia de un descanso en Coquimbo; el aventurero vocalista de la banda pionera del rock chileno contemplaba los caminos que se abrían, y le cantaba al vasto océano para amilanar la fuerza de las olas. Descalzo como en sus viajes místicos de principios de los 70, este gato de cálida mirada se posaba sobre la roca y, con la esperanza de capturar a Dios en sus redes, tiraba la carnada que eran sus partículas de amor.

Ese verano de 1988 fue el último para Gabriel. Cuando el ocaso del sol se hizo presente y con la presencia de las hojas otoñales que se rindieron a sus pies, el virtuosismo se apagó un 15 de abril en una traidora curva carretera limeña para transformar su legado en leyenda.

Quince años después, en una playa cerca de Coquimbo, las redes del más allá pescaron para siempre a Gato, llevándose consigo el espíritu Jaiva que luego descansaría en sus descendientes.

Multitudinarios funerales dieron paso al llanto de miles de chilenos que, soportando la inclemencia estival, aliviaron con sus lágrimas el calor de una llamarada gigante que nunca más se podría apagar.

Fueron aquellos veranos los que iniciaron el recorrido, esas tardes viñamarinas jugando a los músicos, esas noches candentes de puerto haciendo bailar al ritmo del mambo, esos viajes lejanos a otras tierras, esas sábanas ardientes y sus respectivas historias, esa alba en Machu Pichu y esas presentaciones en su querida Quinta Vergara.

Pero fue aquel verano separado por quince largos años el que les dio el consuelo final. Un rayo fulminante que se llevó la vida, pero que transformó a la estrella distante en el firmamento, en la única compañera fiel para la prolongación del canto.