Hacer reír es en lo más profundo un acto de coraje, la entrega con o sin mascaras de una realidad oculta entre el follaje de los prejuicios y de las cosas que el ojo no percibe con la agudeza que denota la maldad, la avaricia, el disco de moda o la mina en pelota que se exhibe en el kiosco mas cercano.
Hacer reír es metáfora de los tiempos actuales, es buscar la belleza dentro de toda la lacra que rodea al vecindario. Es mirar entre los barrotes de la cárcel humana que se envuelve en el comidillo y en las epifánicas palabras al voleo y que no tienen un fin.
Hacer reír es difícil en su perspectiva más amplia, no es una simple morisqueta, ni un garabato bien acotado, ni mofarse del errar del otro, es la búsqueda más infinita de una sonrisa cómplice, verdadera, sin muros ni candados que oculten el alma saliéndose como un niño enfervorizado de jugar.
Hacer reír es un programa de concursos, donde la ruleta se detiene mágicamente en la palabra y el gesto apropiado, para explotar y superar por un momento el letargo de lo cotidiano.
Hacer reír no está en circos, programas de humor o condoritos, se ubica más bien en el rostro y su circunstancia, compromiso de escapar de la nada y tomar la cuerda de la sobrevivencia que impide caer.
Hacer reír es una cosa difícil, y que me hagan reír de verdad, con una pulsación cardiaca fuerte de acompañante , y una satisfacción por el momento vivido, más difícil aún, porque una cosa es el divertimento y la chimuchina que causa sonrisas, pero otra muy diferente es reír.