martes, julio 17, 2007

El efecto Superman


Hace un mes atrás, la cadena televisiva TNT desempolvó sus antiguas superproducciones dedicadas a aquellos personajes que con cariño y con sentido de responsabilidad épica llamamos superheroes.

Desfilando con ocasión de reverdecer nuestra mente infantil, pasaron Batman, el Hombre Araña y la infaltable y absolutista Superman.

Ahí estaba de nuevo la historia de Clark Kent, reportero metódico y al extremo buen tipo, cuidando una inocencia de crianza desde el lejano planeta Kripton y cuya voluntad superior en la tierra era desafiar a la maldad para convertirse con su capa, su traje azul y la incipiente "S" en su pecho, en un paladín moderno de la justicia.

La incorruptible visión de responsabilidad de este hombre de acero, contrariaba con su casi pecaminosa obsesión por volverse un humano común y silvestre, cuando cae en las profundas garras del amor de la bella periodista Luisa Laine.

Ahí sentado observando la situación frente a la TV, empezó mi elevación instantanea a un mundo quizás olvidado, en el patio trasero de mi consciencia, pero que se niega a morir en contacto con la kriptonita de las envidias y de las rutinas diarias de la vida.

Como un chasconeo a la ordenada cotidaneidad, me dispuse a correr a la cabina telefónica más próxima y con mi nuevo traje de superhéroe, comencé a volar y a salvar a mi destino del aburrimiento.

Con entera convicción, luché contra mis propios miedos, y con mi visión de rayos X, desnudé y resucité mi alma dormida, para zambullirme de lleno a la pelea contra lo establecido.

En una maniobra veloz me enamoré nuevamente de la vida, emprendí el vuelo como un niño en el cielo de sus fantasías, y soplé con mis fuerzas cósmicas para hacer reir a Dios.

Con la imaginación como mi aliada, salvé a gatos, perros, enormes lagartos, gente en desgracia, drogadictos y adictos, futbolistas en parranda, políticos apernados, payasos callejeros, hermosas azafatas, columnistas sin historias y evangélicos sin gargantas.

Los flashes de las cámaras fueron mis grandes fanáticas y llené portadas con mi rostro, mi capa al aire, y hablando de lo bueno de estar casado con la fama.

Parando las balas de las amarguras lanzadas, desterré con mi poder a la maldad organizada, para con la tranquilidad del deber cumplido, volar hasta enfrentarme con el rostro humano de esa caña super-galáctica.

Tras descender nuevamente, me encontraba en el supermercado, un poco más gordo que en mi sueño y con más barba y más pelo.

En un pasillo un niño me paró en seco en mi travesía consumista y me preguntó:

-Señor: ¿Está vestido de Superman?.

Luego dirigiendose a su madre le dijo: - Mira mamá...Ese señor tiene la polera de Superman.

Con la "S" casi saliendose de mi pecho inflado, solo atiné a reir y suspirar, ya que por un momento me sentí un verdadero superhéroe, más convencido que nunca de que la kriptonita de la vida sólo me abandonará aquel día que mi cabeza, mis pensamientos y mi locura, dejen de cambiarse en una cabina telefónica para salir a salvar el mundo.