La larga fila de brazos extendidos te daban la bienvenida, eran las manos sudorosas de los obreros, las inocentes de los niños, las laboriosas de las miles de mujeres y las llenas de esperanza de jóvenes hambrientos de una salida y que admiraban tu blanca presencia entre los focos de podredumbre y sombras delatoras.
Era tu domingo de ramos en 6 días, era la crucifixión eterna de tu semblante, que debía lidiar con los problemas y las miserias del ser humano que habita el planeta, era la promesa de resurrección para los pueblos oprimidos, era la voz de Dios que ingresaba como mil pulsaciones en los corazones de esa gente adormilada por el sedante de lo irreal y lo tortuoso.
Saliste a pescar almas como Jesús y Pedro, llenaste de vida esos mares, sí, aquellos que días antes estaban muertos, putrefactos de tanta mentira y envidias.
Tu mirada se dirigió a la multitud, que como una gigantesca masa formaba el rostro de Cristo pidiendo ayuda, algo de comida y un buen techo para pasar la noche.
No sólo le diste esas atenciones a éste Mesias universal formado por los hombres sedientos de amor y verdad, sino que además tomaste su lugar de sufrimiento para sentir de cerca las llagas de la cruz de cada uno de ellos.
Fuiste y serás en el espíritu la llama que inició el camino de la dignidad y la colaboración entre los hombres, un legado que no está escrito en encíclicas y apostolados, ni tampoco en las manos de los líderes mundiales, sino más bien en los ojos del pueblo que brillaron con tu pureza y en la sonrisa de quienes recibieron tu mensaje de fe…….
Gracias Juan Pablo II por permitirnos ver a Cristo en el siglo XX, un salvador y un Mesías que hoy predica en los corazones del pueblo.